ACTIVIDAD 3. HACER ARTE EN RELACIÓN. CONCEPTOS Y PRÁCTICAS_REFEXIÓN CASO DE ESTUDIO

LA GATA PERDIDA: UNA MIRADA CRÍTICA A UNA EXPERIENCIA ARTÍSTICA COLABORATIVA

La iniciativa La Gata Perdida está promovida por el Gran Teatre del Liceu de Barcelona y se lleva a cabo en el popular barrio del Raval. Esta experiencia representa un paradigma singular dentro del panorama del arte colaborativo, ya que se trata de un proyecto que no sólo se inscribe dentro del denominado “giro social” del arte contemporáneo (como lo conceptualiza Claire Bishop (2006), sino que lo encarna y tensiona desde una práctica concreta, que entrelaza creación artística con tejido social y memoria colectiva, y que, a su vez, conecta con los planteamientos de Alfonso del Río y Antonio Collados (2013), quienes abogan por modelos de creación basados en la implicación activa y horizontal de todos los agentes involucrados.

Por otra parte, tomando como referencia la tipología propuesta por Del Río y Collados, y desde una lectura en clave metodológica, La Gata Perdida no se limita a formas simbólicas o “decorativas” de participación, sino que se articula como una práctica de co-implicación profunda, donde la comunidad es el eje central de la misma, puesto que no sólo acompaña el proceso, sino que lo define desde dentro, con todos los momentos clave del montaje como el desarrollo del guion y la música, hasta aspectos visuales y escenográficos, donde además, el vecindario del Raval tiene un rol protagonista y activo en todas las fases del proyecto.

Como ejemplo de esto, en concreto en la dinámica de trabajo que se establece, tenemos que mencionar especialmente los talleres textiles, en los que mujeres del barrio colaboraron con diseñadores profesionales para confeccionar el vestuario de la obra, aportando mucho más que una mera labor manual de costura, sino que supone ser parte en la toma de decisiones estéticas, relatos personales y simbolismos del entorno cotidiano. Lo mismo ocurre con la identidad gráfica, fruto de sesiones colectivas donde jóvenes del barrio compartieron sus ideas e iconografías.

Esta forma de colaboración se alinea con la noción de “colaboración dialógica” desarrollada por Grant Kester (2004), quien entiende el proceso artístico como un espacio de producción colectiva de saber, donde el conocimiento circula y se construye entre los implicados, sin jerarquías rígidas. Aquí, el componente pedagógico y el valor artístico se entrelazan de forma inseparable, lo que plantea interrogantes relevantes desde lo metodológico y lo ético.

Como bien señala Cristian Añó (2017) en su propuesta de GPS colaborativo, este tipo de proyectos requiere una gestión relacional delicada, capaz de equilibrar los distintos tiempos, expectativas e intereses de las partes implicadas (artistas, instituciones y comunidad). En La Gata Perdida, el largo recorrido del proceso (que duró más de un año) fue clave para construir confianza y permitir una apropiación simbólica genuina del proyecto.

Cuando estos procesos se desarrollan con atención al contexto y con vocación de escucha, pueden generar transformaciones reales: fortalecimiento de redes vecinales, aumento de la autoestima colectiva en colectivos tradicionalmente invisibilizados y la construcción de nuevos relatos sobre el barrio, alejados del estigma.

Uno de los aspectos más relevantes de esta experiencia reside en su renuncia a una autoría única. Si bien hay nombres vinculados a funciones específicas, como Victoria Szpunberg en la dramaturgia o Arnau Tordera en la música, el liderazgo está repartido y diluido en una red de colaboraciones. Este gesto va más allá de lo estético, sino que también es  político y metodológico, puesto que se trata de un posicionamiento que apuesta por una democratización cultural real, en contraposición al modelo tradicional de “democratización del arte” que coloca al público como mero receptor (Cruz, 2023).

Esta redistribución del protagonismo tiene efectos profundos como podemos ver. Por un lado, genera empoderamiento y sentido de pertenencia en quienes participan, y por otro, cuestiona las formas habituales de validar el arte contemporáneo, todavía muy centradas en la figura del artista como autor individual, innovador y legitimado por instituciones. Tal como plantea Sánchez de Serdio (2010), estas formas colectivas de creación no significan una pérdida de calidad o rigor, sino una transformación de los criterios y valores desde los que se entiende lo artístico.

Desde el punto de vista institucional, La Gata Perdida ocupa un lugar fronterizo. Por una parte, el hecho de haber sido acogida en el Gran Teatre del Liceu le otorga una visibilidad excepcional, que raramente alcanzan los proyectos comunitarios, pero, esta apertura institucional no siempre garantiza una incorporación plena en los circuitos más legitimados del arte contemporáneo, que suelen valorar la innovación formal y la unicidad del autor por encima de la dimensión relacional o procesual.

Bishop (2006) ha apuntado esta paradoja, ya que las prácticas comprometidas socialmente son a menudo aplaudidas por su impacto comunitario, pero no siempre reciben el mismo reconocimiento en los espacios curatoriales o críticos. En el caso de La Gata Perdida, su mayor circulación ha estado vinculada a espacios dedicados al arte comunitario, la cultura participativa o las políticas públicas, y prueba de ello es el premio Max recibido como mejor espectáculo musical o lírico, un reconocimiento significativo, pero también revelador de hacia dónde se dirigen ciertos procesos de legitimación.

Este tipo de doble reconocimiento (nstitucional y social) puede ser usado estratégicamente como elemento de inclusión simbólica, pero también puede impulsar cambios reales en la forma en que concebimos las relaciones entre arte, institución y ciudadanía. En línea con lo planteado por Rodrigo y Collados (2010) en el proyecto Transductores, las instituciones culturales pueden dejar de ser solo contenedores de obras para convertirse en nodos activos de transformación social.

Como vemos, La Gata Perdida no es sólo una ópera participativa, es una práctica artística compleja, crítica y situada que pone a prueba y renueva las nociones de colaboración, autoría y valor artístico. En ella se entrelazan procesos pedagógicos, afectivos, culturales y estéticos, que se sostienen en el tiempo y en el territorio. Por eso, va más allá de su producto final. Su mayor valor reside en lo que genera a nivel de relaciones, aprendizajes compartidos y narrativas alternativas.

Como bien apunta Javier Rodrigo (2010), la cuestión no es tanto definir el arte colaborativo como una categoría cerrada, sino generar herramientas que nos ayuden a pensar desde y con los procesos. La Gata Perdida es un ejemplo potente de cómo el arte puede funcionar como espacio de escucha, negociación y creación colectiva, capaz de abrir otras formas de habitar y narrar lo común.

En un tiempo donde el arte oscila entre el espectáculo y la resistencia, experiencias como esta nos invitan a imaginar un arte que, sin renunciar a la exigencia estética, se comprometa con los vínculos y con las realidades que habita.

“Lo que está en juego en estas prácticas no es tanto su capacidad para generar consenso, sino su habilidad para crear disenso productivo.” (Claire Bishop, “The Social Turn: Collaboration and Its Discontents”, 2006)

BIBLIOGRAFÍA

Añó, C. (2017). Recuperando el norte: Un GPS colaborativo y multiposicional. En Pedagogías colectivas y políticas espaciales (pp. 84–93). Granada: Transductores / Centro José Guerrero.

Bishop, C. (2006). The social turn: Collaboration and its discontents. Artforum International, 44(6), 178–183.

Bourriaud, N. (2008). Estética relacional (J. Dalmau, Trad.). Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora. (Obra original publicada en 1998).

Cruz, M. (2023). La dimensión artística. En Debates sobre arte colaborativo [Documento de curso]. Universitat Oberta de Catalunya.

Del Río, A., & Collados, A. (2013). Modos y grados de relación e implicación en las prácticas artísticas colaborativas. Revista Creatividad y Sociedad, (20), 1–15. https://www.creatividadysociedad.com

Kester, G. H. (2004). Conversation pieces: Community and communication in modern art. Berkeley: University of California Press.

Rodrigo, J., & Collados, A. (2010). Transductores: Pedagogías colectivas y políticas espaciales. Granada: Centro José Guerrero.

Sánchez de Serdio, A. (2010). Políticas de lo concreto. Producción cultural colaborativa y modos de organización. En J. Rodrigo & A. Collados (Eds.), Transductores: Pedagogías colectivas y políticas espaciales (pp. 56–75). Granada: Centro José Guerrero.

Deja una respuesta