MÓDULO 3. OBJETO SONORO

OBJETO SONORO

Para esta práctica decidí trabajar con un objeto cotidiano que tengo siempre a mano: mi taza térmica Stanley Quencher. Aunque a simple vista no parezca un instrumento, me sorprendió descubrir su potencial como objeto sonoro cuando empecé a activarlo con distintas técnicas y a observar cómo respondía físicamente a la vibración.

Lo primero que hice fue identificar las partes del vaso que podían funcionar como osciladores. El cuerpo principal, al ser metálico y tener una estructura cilíndrica de doble pared, actúa como una especie de campana hueca. Al golpearlo suavemente con los nudillos, genera un sonido bastante claro, con resonancia metálica. También probé a percutir la tapa de plástico y, aunque no tiene tanto cuerpo, responde como una membrana flexible. La pajita y el borde metálico, por su parte, producen sonidos más secos y breves, con tintes agudos.

A partir de ahí empecé a experimentar con distintas formas de activación. Una de las más interesantes fue frotar el borde superior con el dedo ligeramente humedecido, como se hace con las copas de cristal para hacerlas “cantar”. También lo golpeé con una baqueta casera (hecha con un palito) y noté cómo cambiaba el carácter del golpe. Incluso al tamborilear la tapa o la pajita se producían microsonidos distintos, casi como pequeños clics o crujidos. Añadir un poco de agua al interior cambió por completo la respuesta, aportando una resonancia más profunda, casi líquida.

En cuanto a la difusión del sonido, me llamó la atención que, por su estructura de doble pared, gran parte de la vibración se queda contenida. Sin embargo, al apoyar el vaso sobre una superficie como la mesa, noté cómo esta ayudaba a amplificar ciertas frecuencias. Es curioso cómo el material de la superficie (madera, metal, tela…) también altera el resultado.

Al explorar la articulación de las gamas, vi que la cantidad de agua influye directamente en las frecuencias que se generan. A más agua, más grave y apagado se volvía el sonido. También probé a sujetar el vaso por distintas zonas con la mano para ver cómo se bloqueaban o liberaban ciertas vibraciones, y eso modificaba mucho el timbre, como si jugara con los nodos y antinodos.

Por último, aunque no hay resonadores añadidos evidentes, sí observé que el hueco interior actúa como cámara de resonancia cuando el vaso está medio lleno. Este efecto se acentúa si se apoya sobre una superficie resonante. El sonido cambia completamente dependiendo del apoyo y de si el objeto está suspendido o no.

Para ir más allá de la escucha y acercarme a la morfología del sonido, quise visualizar su espectro. Nunca había hecho esto antes, así que fui explorando distintas herramientas que lo hacen posible.

Para ver el espectrograma, pasé el audio a Audacity. Me sorprendió ver cómo el sonido se transforma en una imagen: en el eje horizontal aparece el tiempo, en el vertical la frecuencia (los “graves” abajo y los “agudos” arriba), y el color indica la intensidad (más claro = más fuerte). Esta herramienta es perfecta para captar rápidamente la riqueza tímbrica de un sonido y ver detalles que al oído pueden pasar desapercibidos.

Vaso vacío

 

Vaso lleno

   

 

Os adjunto un vídeo del comportamiento de los sonidos del vaso al golpearlo vacío y lleno de agua. Cada situación genera una respuesta acústica diferente: más seca, más resonante, más “líquida”… y verlo representado visualmente me ayudó a entender mejor la relación entre el material, la forma y el sonido.

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¿Recomiendo hacer esta práctica? Absolutamente. Ver el sonido abre una dimensión nueva en nuestra percepción: te obliga a detenerte, a observar lo invisible, y sobre todo, a escuchar de otra manera. Es una forma de análisis muy poderosa para quienes estamos aprendiendo a pensar el sonido desde el cuerpo y la práctica.

En resumen, esta exploración me hizo redescubrir un objeto cotidiano desde otra perspectiva. Algo tan simple como una taza térmica puede convertirse en un instrumento si le prestamos atención y nos animamos a explorar su sonoridad. Me quedo con la sensación de que, cuando abrimos los oídos y nos damos permiso para jugar, el sonido nos ofrece dimensiones nuevas incluso en lo más cotidiano.