MÓDULO 7. MÚSICAS EXPERIMENTALES

PRÁCTICA DE REMIX

En este módulo se nos plantean dos actividades. Paso a desarrollar la primera de ellas y que consiste en una experimentación musical que podríamos denominar COTIDIANEIDAD Y DEVOCIÓN.

En esta pieza sonora se pretende explorar la fricción entre dos mundos que, aunque coexisten, rara vez se encuentran: el de lo devocional y el de lo cotidiano. Lo sagrado y lo banal. Lo íntimo y lo automatizado. El punto de partida fue una grabación de saeta tradicional, ese canto desgarrado que forma parte de las procesiones.

Sobre esa voz coloqué sonidos del presente más inmediato: paisajes urbanos, pitidos de metro, ruidos digitales, fragmentos impersonalísimos que nos rodean a diario. Sonidos que normalmente ignoramos pero que, al sacarlos de contexto, revelan algo incómodo. Me interesaba precisamente ese contraste: cómo el canto ritual lucha por hacerse oír en medio del murmullo constante del consumo, la prisa, la notificación. Quería que el oyente se sintiera interpelado, quizá incluso molesto.

Técnicamente, hice el montaje en Audacity, un entorno que me permite trabajar de forma directa e intuitiva. Empecé importando los audios: la saeta descargada desde Internet Archive y los sonidos urbanos desde Pixabay, todos libres de derechos. Para transformar el ambiente del metro en una base más atmosférica, apliqué el efecto Paulstretch con un factor de estiramiento de 10 y resolución temporal de 0.1 segundos. El resultado fue una especie de drone urbano, continuo y denso, que actúa como fondo y contexto al mismo tiempo.

La saeta, por su parte, la segmenté en fragmentos, dupliqué algunos tramos y apliqué efectos como eco, reverberación y amplificación, buscando que se expandiera en el espacio sonoro. En ciertas partes invertí el audio para generar extrañamiento, como si la voz se deshiciera, como si tratara de volver al cuerpo del que salió. Además, trabajé la panorámica estéreo de forma que los sonidos se movieran y respiraran: la voz a veces aparece centrada, otras se esconde a un lado, otras queda eclipsada por el ruido.

El resultado es una pieza que no pretende ser armónica ni cómoda. Es, más bien, una especie de ensayo sonoro: una pregunta lanzada al espacio auditivo. ¿Qué escuchamos cuando dejamos de oír lo de siempre? ¿Qué lugar ocupan los sonidos rituales en este presente interrumpido? ¿Qué queda de lo colectivo, de lo afectivo, entre el zumbido de las máquinas?

Al final, más que una obra cerrada, esta experiencia ha sido un ejercicio de escucha crítica. Me ha permitido mirar el sonido como material.

Os lo dejo aquí a ver qué os parce:

reflexiones a partir de Vía Límite

Como segunda actividad, paso a reflexionar sobre el material propuesto.

A veces basta detenerse a escuchar con otros oídos para que lo cotidiano adquiera una dimensión inesperada. Eso es lo que me ha pasado al sumergirme en la selección de programas del archivo Vía Límite, propuesta por Edu Comelles. Lejos de ser una simple serie radiofónica, cada uno de estos episodios funciona como una puerta abierta a nuevas formas de entender el sonido, la música y la escucha.

Empecé por el capítulo «Paisajes sonoros I», y fue como salir a caminar sin moverme del sitio. Me impresionó cómo, al grabar un entorno, no solo se capta su atmósfera, sino también su historia, su ritmo, su pulso. Me hizo pensar en la ciudad como una partitura viva, siempre cambiante, donde cada gesto humano, cada sonido ambiental, tiene valor narrativo. A partir de ahí, en mi práctica sonora comencé a fijarme más en cómo suena mi entorno incluso cuando no estoy grabando nada.

Luego escuché «El objeto sonoro», centrado en la figura de Pierre Schaeffer, y me abrió un camino conceptual muy potente. La idea de escuchar un sonido “por sí mismo”, más allá de su fuente o significado, me hizo cuestionar cómo suelo abordar el material sonoro. Muchas veces parto de lo que ese sonido «representa» o «provoca», pero este episodio me animó a tratarlo como materia pura, moldeable, casi como si fuera arcilla. Esta reflexión ha influido directamente en la forma en la que edité mi remix: cortando, estirando, duplicando sonidos sin importar tanto de dónde venían, sino cómo funcionaban en el conjunto.

Uno de los programas que más me conmovió fue «Drone, un profundo rumor». Siempre había asociado el drone a una cierta monotonía, pero aquí descubrí su dimensión meditativa, incluso espiritual. Esa constancia sonora que parece no decir nada, en realidad lo sostiene todo. Decidí incorporarlo en mi pieza como fondo estable —una especie de «tierra sonora»— sobre la que se construyen los contrastes. Me gusta pensar que ese zumbido continuo también representa el tiempo, el que pasa mientras escuchamos y el que se transforma cuando dejamos de hacerlo.

Otro episodio que me hizo parar y tomar nota fue «La electrónica y lo emocional». A menudo, las músicas electrónicas experimentales se perciben como frías o distantes, pero aquí se mostraba lo contrario: cómo la manipulación sonora puede tocar fibras íntimas, desencadenar emociones, despertar recuerdos. Me sentí identificada con ese enfoque, porque muchas veces en mi trabajo combino elementos conceptuales con algo muy visceral, casi confesional. Y sí, se puede ser experimental sin dejar de ser emocional.

Por último, la “Antología del ruido” me pareció una joya. No solo por el recorrido histórico que traza desde el futurismo hasta el noise contemporáneo, sino por el planteamiento estético y político que subyace. El ruido, ese «invitado incómodo» del sonido, se convierte en una herramienta para romper con lo establecido, para incomodar, para decir lo que la música “bonita” no se atreve. Eso me resonó profundamente, porque en mi remix también he jugado con sonidos molestos, estridentes, superpuestos a cantos religiosos, para generar fricción, tensión… y provocar una escucha activa.

Como podemos ver (y escuchar) estos programas no solo han sido inspiradores desde el punto de vista técnico o histórico, sino que ayudan a afinar nuestra sensibilidad, y sobre todo, a entender que el arte sonoro no va de agradar, sino de provocar, sugerir, agitar.

Un saludo y nos leemos.